El virus se propaga principalmente entre personas en contacto cercano, como a una distancia de conversación. Puede transmitirse a través de la transmisión aérea a corta distancia, cuando las partículas infecciosas se inhalan a corta distancia. Además, la transmisión por gotas ocurre cuando las partículas infecciosas entran en contacto directo con los ojos, la nariz o la boca. En entornos interiores mal ventilados o abarrotados, los aerosoles pueden permanecer suspendidos en el aire o viajar más lejos que la distancia de conversación, lo que se conoce como transmisión aérea a larga distancia.

Si bien es posible contraer COVID-19 al tocar superficies contaminadas y luego tocarse la cara, el riesgo de infección de esta manera es relativamente bajo en comparación con la inhalación de gotas respiratorias o aerosoles. El virus no se propaga a través de los alimentos, el agua potable o los cuerpos naturales de agua.

El impacto del COVID-19 en la salud pública ha sido significativo en todo el mundo. La alta capacidad de contagio del virus dificulta el control de su propagación, ya que incluso las personas asintomáticas pueden transmitir el virus sin saberlo. La pandemia mundial ha resultado en millones de infecciones y cientos de miles de muertes. Además de las consecuencias inmediatas para la salud, las medidas tomadas para controlar la propagación del virus han llevado a una disminución de la actividad física, un aumento del aislamiento y un aumento del estrés. Estos factores han tenido efectos negativos en la salud mental, con informes de un aumento de la ansiedad, la depresión y otros problemas de salud mental.